viernes, octubre 27, 2006

Superar la barrera del error

El protagonista muere al final

Érase una vez un desgraciado perro, anciano y decrépito que no era querido por nadie. El perro además de perro, pero perro, perro, perrísimo, era perro. Y vagaba y vagabundeaba por el campo y la ciudad. Se hizo bucólico. Después quinquillero. Más tarde se apuntó a las carreras como corredor participante y como corredor de apuestas. Siempre ganaba porque perdía, pero perdía porque ganaba. Luego al final dimitió. Lo suyo era ser perro y cojo y como perro-cojo se quedó.

Y colorin colorado aquí acaba la historia que como al principio empezó pues de no haber empezado jamás habría terminado.

NOTA. El protagonista muere al final, como es costumbre en la vida real, no como en las películas.

Moraleja: Es que somos unos ilusos y tendemos a sumergirnos en un mundo inventado e irreal. Lo pintamos, lo decoramos, lo ponemos bonito y luego nos lo creemos.”

Todos los protagonistas mueren al final pero es tabú pensarlo. ¿A que jugamos entonces? En este mundo chapucero que vivimos, lleno de aberraciones e incoherencias, deforme y mal hecho nos desenvolvemos mecánicamente como las hormigas, construyendo, arreglando, limpiando, ordenando… sin tener la más mínima noción de por qué ni para qué, hasta que morimos.

Nacer para morir; y en todo ese tiempo ¿qué? ¿Qué sacamos en claro? ¿Alguna aportación, algún valor? ¿Qué?.¿Para qué todo esto y por qué?

Estoy muy cabreado con los falsos ecologistas; esos ecologistas integristas que son tan fanáticos como fundamentalistas. Se oponen al desarrollo de la Civilización porque contraponen nuestras realizaciones sociales a las derivadas de la mera evolución biológica y de los ecosistemas. Oponen nuestra planificación estructurada, meditada y calculada a la anárquica y cruel secuencia de la vida, en la que la muerte, la desintegración y el abandono de un ser vivo tienen el mismo peso específico que la generación de otros miles de nuevos ‘elementos’ para competir y pelearse por una existencia engañosa que no conduce a ninguna otra parte. Oponen nuestro rápido y organizado crecimiento al lento y torpe evolucionar de una masa amorfa y viva, pero cruel con su propia esencia.

No sabemos lo que ‘pintamos’ en este mundo aunque lo tengamos ante nuestros ojos y no lo queramos ver: La vida biológica nos maltrata, nos desprecia y nos mata sin piedad e inapelablemente. Por ella nacemos ‘condenados a morir’. Somos culpables de nacimiento. ¿A qué le tenemos que estar agradecidos entonces? La vida social, por el contrario, nos protege ciegamente, protege nuestra vida hasta más allá de lo razonable, sin rendirse; aumentando día a día la longevidad y el bienestar de las personas y los colectivos. ¿Y siendo esto así, por qué nos obcecamos en no reconocer el verdadero papel de la civilización, pasándonos de autocríticos de tal manera que llegamos a rozar el extremo del fundamentalismo antisocial?

Es así porque cuanto más avanzan nuestros conocimientos sobre la naturaleza, más nos quedamos impresionados por el extraordinario nivel de organización y complejidad de las estructuras orgánicas y de los seres vivos. Sabemos valorarlo y tendemos a proteger este ambiente que nos ha permitido, sin ninguna guía o planificación previa, conseguir tal perfección . Hemos alcanzado, también, esa cota de saber reconocer el valor de los organismos complejos. Organismos que hemos de preservar y convertir en nuestros aliados para proseguir en ese camino de mejora permanente hacia la creación de estructuras superiores. Pero de ahí a pretender preservar entornos salvajes y hóstiles al ser humano, con la loca idea de favorecer el tiempo de evolución biológica, incrementando la natalidad y la mortalidad de los individuos, hay mucha distancia.

Si el ser humano ha sido el resultado de esa aventura a ciegas de la evolución biológica, dotándonos de características diferenciales, de poder pensar, planificar y dirigir con cierta perspectiva los siguientes pasos en la escala del desarrollo, vamos a concedernos entonces la licencia de confiar en nosotros mismos también. Aunque nos equivoquemos mil veces, siempre van a ser menores los fallos que tengamos que los errores que tienen que cometer sistemáticamente los sistemas vivos en su evolución, puesto que su única metodología de mejora es la de la ‘prueba y el error’; pero con un nivel de crueldad exagerado: creando millones de individuos alterados y sometiéndolos a la ‘prueba del esfuerzo’ para que sólo sobreviva uno, el supuestamente ‘mejor dotado’, el ‘más apto’.

La sociedad formada por hombres, seres vivos y máquinas tiene mejores metodologías.

Los errores que cometamos en lo sucesivo van a ser consecuencia del desconocimiento que tenemos sobre cual es nuestra meta. ¿Para qué evolucionamos? ¿Para qué creamos estructuras superiores? ¿Hacia donde vamos? Habrá diversas formas de construir estructuras superiores, pero ¿cual de entre ellas va a ser la más genuina y cual la menos heterodoxa si no sabemos el destino ultimo?. Ahí van a estar nuestros errores, definiendo por error aquellas direcciones que habiéndose emprendido y llevado adelante con gran esfuerzo de capital, energía y recursos tengan que ser abandonadas y reemplazadas por otras. No se sabrá que fueron erróneas hasta que se haya llegado a ese punto de ‘marcha atrás’. De aquí deriva que todo esfuerzo en planificación, estudio de la situación y análisis previos antes de emprender cualquier nuevo proyecto va a repercutir a la larga en grandes ahorros de fallos y, consiguientemente, de costes.

A medida que nuestra Civilización crezca en conocimientos y en métodos de planificación y organización iremos cometiendo menos ‘errores’ y haciendo más exponencial la línea de crecimiento. Algo así como ‘rompiendo la barrera del error’ dado que ‘el error’ es un concepto que no se conoce ‘a priori’, por lo mismo que no sabemos cual es nuestro destino. Quiere decir esto que ‘romper la barrera del error’ puede ser una de las metas a corto plazo, superada la cual, empezaremos a visualizar más claramente la siguiente meta.


¿De que estamos hablando si siquiera sabemos evitar las guerras, la violencia, la miseria, la pobreza y el terror? Cuándo superemos ‘la barrera del error’ ¿se habrán acabado las guerras?. Se supone que la guerra es un error por la destrucción de estructuras y ‘la marcha atrás’ que ello significa. La guerra no deriva de la lógica de la razón, con excepción de la ‘sin razón’ de algunos tiranos y o individuos poderosos que van a por su tajada personal, económica o de prestigio y poder efímero. La razón evidencia que esto es así. Ninguna guerra puede salir como decisión de una planificación, análisis o estudio de la situación. No hay argumento. Las guerras derivan de la parte ‘sentimental’ de los seres humanos, la parte ‘animal’, de los instintos biológicos. Son las pasiones las que provocan ansias de poder de unos sobre otros, el odio, el ‘amor por objetos’, banderas, territorios, que despiertan sobre la población los políticos coléricos para usarlos en su propio beneficio y ambición personal. Romper la barrera del error es saber crear estructuras superiores que impidan definitivamente que se desaten esos ‘sentimientos pasionales’, y que controlen y se impongan sobre el individualismo, los caciquismos locales, la injusticia y la explotación de unas personas sobre otras.