miércoles, diciembre 19, 2007

Escribir o no escribir


¿Se puede vivir sin escribir? ¿Escribir para qué? ¿Escribir por qué? ¿Escribir qué?

Sostiene mi amigo Carlos (yo le llamo amigo, aunque él no lo sepa, por la gran admiración que le tengo) que en esto de escribir hay periodos de sequía y periodos de abundancia, tal vez porque durante los primeros uno se dedica a acumular para desembuchar durante los segundos. Como si fuéramos aves. Pero no siempre es así. Algunos no escriben nunca, sin que, aparentemente, suceda nada. No es como dejar de respirar. Si dejas de respirar te mueres. No es tan imprescindible. Tampoco es tan necesario como el comer… Entonces no sabemos por qué ni para qué se escribe.

Sostiene Carlos que “ayuda el tener experiencias intensas que destaquen sobre el panorama: bien por sí mismas, bien porque nuestra sensibilidad contribuya a hacérnoslas sentir así. Pero también disciplina para sentarse a estrujarse un poquillo el cerebro (o la sensibilidad... vaya Vd. a saber) y empezar a plasmar cosas una tras otra en el papel.”

Yo creo que hay de todo: unos escriben por necesidad, otros por obligación, otros por trabajo, otros por gusto, algunos por impulso, otros por placer; más de uno para obtener reconocimiento o aprobación, otros porque tienen necesidad de convencer o defender sus tesis. Pero… ¿por disciplina…? Bueno es un factor, no una causa. Tal vez los que se dediquen a ello lo requieran como necesario.

Los hay que tienen que plasmar con palabras unos sentimientos que no le caben en el cuerpo. Carlos lo usa para ordenar ideas hablando consigo mismo; si luego otros lo leen allá ellos. No haberse metido a escuchar. “El hecho de ordenar las imágenes en un conjunto de narración coherente, con su secuencia temporal, con fondos musicales, narraciones, etiquetas e incluso el mismo trabajo de selección y documentación a que te obliga la organización razonable de una visualización, le da al conjunto un aspecto “entendible”, orgánico, emotivo incluso, de forma que en muchas ocasiones el propio trabajo de elaboración, acaba haciéndome entender y disfrutar de algunas de las cosas que vi mejor todavía que en el momento real del viaje

Algunas veces le pasa como a Abrahán, el de la Biblia, “como si en ese momento –sostiene Carlos- “la inspiración” (sea eso lo que fuere) se hubiera apropiado de ti para hacer su propia voluntad.” Abrahán hizo creer a los demás que esa “inspiración” de Carlos era Dios, o por lo menos así lo llamó él. A lo mejor es sólo una cuestión semántica. No discutáis por eso. Enseguida la liaríamos: no puede ser esa Inspiración “única” y al mismo tiempo que esté “soplando” a Carlos unas cosas y a Abrahán otras rematadamente opuestas. O quizá no tan opuestas como sus respectivos discípulos las hayan querido interpretar, o desvirtuar.

No nos salgamos del tema para no tenerle que dar la razón completa a Carlos en que “en el medio del texto [llegas a] “pescar” casi al vuelo una idea interesante y al final acabas dando todo el peso a esa idea abandonando en la practica el tema original

Otras veces escribes para ti mismo, para memorizar y poder revivir en el futuro experiencias actuales con el mismo detalle e intensidad con que ahora lo estas haciendo. Por eso concluye Carlos:

Puede que poner en negro sobre blanco las vivencias, intensas o suaves, emotivas o racionales, divertidas o dolorosas que día a día soportamos, nos ayude también a entenderlas, a darles su justo valor o al menos a fijar su recuerdo de una forma más perdurable y definida en nuestra memoria. Como el extraer las mejores fotos de un excitante viaje. Es también por esto, imagino, por lo que nunca me ha preocupado gran cosa tener muchos lectores, (aunque me gusta mucho que me leáis, ¡por supuesto…!! La vanidad siempre esta presta a la hipertrofia… jajaja… ). La mayor parte de las veces yo soy mi lector más atento sobre todo de cara al pasado: releer pensamientos, reflexiones, sensaciones, de tus “otros yo” perdidos ya en el tiempo o en el recuerdo, me resulta tan fascinante como contemplar las imágenes congeladas que trabajosamente seleccionaste de aquel largo viaje que hiciste hace ya, tantos, tantos años…”

Pero no siempre es así. La prueba está en que yo estoy leyendo el análisis realizado por Carlos y lo estoy reproduciendo aquí, queriendo certificarlo, intentando corregirle si encontrara algún fallo y, sobre las bases asentadas por él, continuar, ampliándolo. Yo creo que esa Intuición, como la llama Carlos; Dios, como la llama Abrahán, no es otra cosa que el impulso colectivo que nos mueve hacia la construcción de una superestructura superordenada semejante al impulso que, de forma inexplicable, agrupa a las bandadas de pájaros o a los bancos de peces a moverse ordenadamente todos juntos hacia una misma dirección, protegiéndose mutuamente y dotándoles de una nueva inteligencia colectiva.

jueves, diciembre 13, 2007

Más ingenuo que el niño con el pijama de rayas

Es un dicho que me acabo de inventar tras haber leído el libro que lleva el nombre de “el niño con el pijama de rayas”.

No se si ingenuo, inocente o ignorante… tal vez sólo sea cuestión de la edad que se le asigna al muchacho. Un chico más pequeño, de 3 o 4 años, podría haber representado mejor este papel ficticio, apasionante y sugerente.

Pero vamos, que un chico de 9 años en 1942, con profesores particulares, no sepa si está en Polonia o en Alemania, no sepa si su país está en guerra o en paz, no tenga ni idea de la aventura nazi, del holcausto y la represión de los judíos, ni distinguir entre un pijama y un traje de prisionero… son muchas ignorancias supinas acumuladas en un solo personaje, que para colmo es el personaje principal, y que se atreve de calificar de tonta de remate a su hermana mayor por, entre otras cosas, entretenerse en poner chinchetas en un mapa europeo para ir marcando la posición de los ejércitos de la gran guerra.

Aunque esto puede que sea lo mejor del libro. Esa parodia hacia las personas que, cuanto más ignorancia tienen de la realidad, más tratan de calificar de ignorante a los demás porque no comprenden ni sus actitudes, ni su comportamiento ni su forma de pensar.

Es este, quizá, el gran valor que ofrece el libro; la batalla de la ingenuidad contra los omnisapientísimos que están tan seguros de su conocimiento, de su “destino universal” y su omnisciencia, en base a la cual reivindican y justifican su derecho a dominarlo todo, y a todos los demás. Una guerra de extremos que acaban siendo ambos víctimas de su propia condición.

La única teoría que tenía clara el inocente chaval, explorar sólo en campos incuestionablemente inofensivos, acaba siendo su verdugo, de la misma manera que los inflexibles totalitarios desencadenan el terror que será su propia losa.

¿Es una parodia del mundo? ¿Una burla de nosotros mismos y de nuestras certidumbres? Tal vez.

En definitiva, que ser “más ingenuo que el niño con el pijama de rayas” podría equipararse a ser “más tonto que una enciclopedia”, tanta información y tan poco conocimiento.

El libro hay que leerlo.