martes, febrero 02, 2010

Hacerse rico... ¿para qué?

Derechos de autor, propiedad intelectual, libre circulación de información y conocimientos... ¿Donde están los límites, las fronteras, los derechos de cada cual?

Tengo necesidad de escribir sobre este tema tan en boga, porque quiero formarme una opinión propia y no dejarse bambolear como la rama del arbol merced de la corriente que le acuna. Con ello quiero decir, también, que parto de una posición neutra y sólo espero inclinarme hacia el  lado que los razonamientos marquen.

Mis presupuestos parten de que vivimos en una Sociedad formada por personas, animales, cosas y grupos y asociaciones de las mismas. Esta Sociedad es depositaria de todos los bienes, recursos, productos, estructuras y conocimientos generados con la actividad de sus partes constituyentes, y es, además, árbitro entre sus individuos para asignarles partes de los recursos y riquezas para su consumo, administración y explotación.

¿Como hace esto la Sociedad Global...? Muy “malamente”, sería la respuesta. La Sociedad Global no está lo suficientemente organizada como para efectuar una repartición equitativa de los recursos entre sus entidades menores (continentes, estados, empresas, individuos...), existiendo, por el contrario, grandes desequilibrios en la distribución de los bienes sociales, económicos y culturales. La Sociedad Global no está lo suficientemente organizada para evitar la injusticia en la distribución, si bien, cada vez más, surgen organizaciones mundiales, supranacionales, que están tratando de solucionar esta grave anomalía.

Supuesto corregido el gran problema, vendría a continuación el saber cual sería la mejor forma de asignar los recursos y riquezas a los elementos sociales en función de sus aportaciones.

Tradicionalmente ha regido la ley de la oferta y la demanda: una persona o ente social elabora un producto con su actividad; si este producto es muy demandado por otros, puede hacer que esa persona o ente social se haga inmensamente rico, lo que derivaría en el establecimiento de desequilibrios pronunciados y desigualdades de clases. El hecho de que un buen porcentaje de la producción pase a la Sociedad subsana un poco el problema al hacer revertir esa parte en beneficio de todos. Cuando el exceso de beneficio obtenido por la persona o ente social es dedicado a la inversión se puede seguir generando riqueza global e individual, pero sin compensar los desequilibrios salvo que la Sociedad obligue a efectuar esas reinversiones en los entornos más necesitados.

Si en lugar de la ley de la oferta y la demanda se estableciera otra ley, como la de valorar la producción por el consumo invertido (tiempo, trabajo, recursos, capital, conocimientos, tecnología...) más el valor añadido, trasladamos el problema al de saber calcular ese valor añadido, lo cual, en definitiva, también viene a depender, en parte, de la ley de la oferta y la demanda.

Esto, sin embargo, parece una injusticia, porque dos productos con la misma calidad pueden generar distintos ingresos según la comunicación, propaganda o promoción que se haga del mismo. Hay que saber calcular el valor añadido y este debe ser proporcional al valor entrópico o grado de organización incrementado. Sería como medir el trabajo de la criada  por el número de cristales limpiados, o por el número de camas hechas, en lugar de por el tiempo que ha invertido en ello. Normalmente, todos los trabajos que hacemos consisten en una lucha contra la degradación natural (aumento de entropía): luchamos contra la degradación cuando ordenamos las letras para escribir, cuando construimos una casa o componemos una canción, montamos una empresa, diseñamos un puente... Siempre estamos ordenando. Este es el trabajo por el que se nos deberían pagar.

Sin embargo, cuando, gracias a los logros conseguidos por todos (por la Sociedad) el resultado de nuestro trabajo puede reproducirse y multiplicarse por millones, algunos pretenden embolsarse para sí mismo, cobrando por cada uno de los clones (comóditis), como si cada uno llevara su propio “valor añadido”. Y no es así. Son reproducciones que solo valen en su componente material (o energético). Es como pretender que el valor de una especie animal está en cada uno de los individuos y no en el gen. O pensar que el valor de un libro está en los mamotretos de papel y no en el conocimiento (el mensaje) que contiene.

Cuando yo canto componiendo bellas canciones, armonizando los sonidos y soltándolos al aire libre en medio de un bosque, estoy generando el mismo orden que si ese esfuerzo alguien lo recoge en un gramófono y lo propaga por el mundo embutido en ondas hercianas. Solo que en este segundo caso la composición ha sido recogida, almacenada y puesta a disposición de la Sociedad Global, que, a partir de ese momento, se hace propietaria, depositaria y gestora de ese valor.

Pero, así como no toda la información tiene la misma importancia, y no todo conocimiento la misma consistencia, la Sociedad Global tiende a dar más importancia a aquellas soluciones de mayor implantación, o más productivas, y se obligará a desechar, despreciar y depreciar versiones viejas para favorecer esa productividad. Cuando un prodigio de cantante ha conseguido grabar en disco “la Petenera”, mis sonoros y melodiosos gorgoritos, cantando la misma canción, quedan devaluados.

¿Puede crear una persona productos de mucho más valor que otra? Claro. Y aunque sea pequeña la diferencia en “orden incrementado” o “valor añadido”, la escala de trasformación en dinero se puede abrir y agrandar lo que se quiera. Este criterio de valoración puede crear diferencias, dependiendo de los recursos con que cada uno haya contado al iniciar su trabajo, y como consecuencia, también injusticias, pero nunca serán tan grandes como si lo dejáramos sometido  a la valoración de la ley de la oferta y la demanda.

Estos cantantes y creadores que tenemos ahora quieren hacerse ricos aprovechándose de las facilidades que ofrece la Sociedad de difundir y reproducir sus éxitos. Pero si se hacen ricos ellos, nosotros tendríamos que pagar más por unos recursos que ya son patrimonio de la Humanidad.

La Sociedad puede pagar más por todo aquello que contribuya a evolucionar más deprisa; por el conocimiento más preciso de las cosas, las mejores tecnologías... e incluso apoyar facilitando los mejores materiales, información, conocimiento, capital e instituciones para que se consiga de la forma más rápida, avanzada y optima. Por lo cual, la pretensión de algunos de recortar o poner trabas a facilitar las comunicaciones y la libre disposición compartida de todo el patrimonio social, económico y cultural, nace muerta, por contradictoria; ya que se trataría de recortar y mermar el propio ambiente que les está sobrevalorando el fruto de su actividad.

En definitiva, la Sociedad Global también quiere enriquecerse, y para ello no duda en confiar grandes volúmenes de recursos a determinados entes sociales que tienen, en un momento determinado, la clave de la inversión, el motor del desarrollo; pero siempre será bajo el supuesto de que enriquecimiento global es enriquecimiento de todos, y tarde o temprano todos sus elementos integrantes han de quedar compensados y capacitados para contribuir al progreso común en igualdad de condiciones.

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