miércoles, julio 04, 2007

Manuel “El limpia”, lo mejor de Santo Domingo


Junto a la Casa de Colón en Santo Domingo, saliendo de la plaza por la escalera lateral, está Manuel, el limpia, estudiante de noveno (eso decía), sin haber conseguido en toda la mañana sino una mísera moneda de diez pesos (25 céntimos de euro) persiguiendo a los turistas asombrados de verse insinuados para una limpieza de zapatillas deportivas, chanclas o algo parecido.

Manuel el limpia (inútil profesión en estos tiempos), se ha empeñado en sacar brillo a mis alpargatas negras. Convencido, como está, de su empresa, se reafirma en llevarla a la práctica de todos modos, retándote, si es necesario, para tener esa oportunidad de demostrarlo. Incluso proveyéndose de testigos, amigos de profesión, que se le han unido para reforzar su punto de vista.

-Esas zapatillas te las dejo como los chorros del oro –insistía Manuel.

-Déjale que te haga una prueba y te convencerás- sugerían sus amigos.

Pero no hubo ni apuestas.

Manuel, cuando sea mayor, quiere ser reportero. Los grandes negocios no son lo suyo. Tampoco los pequeños. A los turistas no les gusta ser objeto del comercio especulativo, ni de ningún tipo de tráfico. Les repele la sola idea de ser considerados objetos tales. Y por ese mismo motivo acaban dando una falsa imagen de tontos, a los que no les cuesta soltar el dinero por cualquier capricho; o de estúpidos, empecinados en no ceder ni un peso ante cualquier gran servicio que se les haga.

Hoy los turistas “están muy duros” –decía Manuel.

Manuel no conoce el punto débil de estos bichos raros de guiris, capaces de pagar el doble del valor de los objetos cuando son de su antojo. Por ejemplo, ¡oh país de contrastes!, el turista puede concertar un taxis para un día por 200 dólares, el doble del salario mínimo mensual dominicano; regatear hasta dejarlo en 150; aceptarlo, y una vez concluido el servicio pagar 200; cuatro veces lo que el propio pagador gana en su tierra. ¡Tiene gracia! Y Manuel sin un mísero dólar por ocho horas de patear las calles de Santo Domingo.

Cuando sea mayor y reportero, Manuel descubrirá estas y otras muchas estupideces del ser humano. Ese día tirará a la basura su hatillo, sus cremas y sus cepillos; y es que, tal vez hoy por hoy, el mejor favor que se le puede hacer, es no colaborar en perpetuar una profesión tan inútil como degradante. Tal vez con palabras, razonamientos… Y si se lograra…, entonces bien merecía la pena pagarle su caja, sus cremas y sus cepillos a precio de oro; y regalarle una cámara, un bloc y unos bolígrafos para iniciarle en su nueva ocupación.

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